sábado, 21 de febrero de 2009

El Pelícano, su simbología y el templo de Nuestra Señora de Ocotlán, Tlaxcala.

Esta excepcional secuencia fotográfica del vuelo estable y elegante de un Pelícano fue tomada por Armando Álvarez, aquí en Cabo San Lucas, le agradezco me permita publicar sus imágenes.



Inteligente, prudente, bella, esta ave se vuelve imagen común en buena parte de las costas del Mar de Cortés, es asidua visitante de las marinas a donde, sabedora que encontrará comida espera con paciencia la llegada de los botes de pesca con su rico botín. Pero el Pelícano no es perezoso, por el contrario, se mantiene activo buena parte del día, volando a lo largo de la orilla del mar siempre en busca de su comida preferida, la sardina.

Su aguzada visión le permite identificar la presa y con una elegancia inaudita emprende un vuelo en picada, en caída libre, del cual, luego del estruendo que produce su cuerpo con el mar emerge victorioso con su presa, en ocasiones no traga al recién pescado, sino que lo guarda en esa bolsa que su propio pico la naturaleza le ha dotado como contenedor de comida para sus hijos, muestra única del verdadero amor.


Esta idea fue tomada hace varios siglos y la vemos conceptualizando el amor supremo, el amor de Dios hacia sus hijos, pues se dice que el Pelícano, en los tiempos de escasez, cuando no tiene comida que llevar a sus polluelos, con su propio pico desgarra su pecho para que de él coman, esto nos liga, en el mundo de las representaciones iconográficas católicas al Sagrado Corazón de Jesús.

Fachada del templo de Nuestra Señora de Ocotlán en Tlaxcala, pieza magnífica del denominado estilo Barroco – Estípite.

Un ejemplo excepcional lo vemos en la fachada de Nuestra Señora de Ocotlán cuya aparición se celebra precisamente hoy, 21 de febrero, en Tlaxcala. El Presbítero Ángel T. Santamaría de la Comisión Nacional de Arte Sacro nos cuenta en torno a la aparición una historia que se antoja similar a la que todos conocemos con las apariciones de la Guadalupana; de entrada el personaje se llama Juan Diego, se dice sucedió en un sereno atardecer de un día próximo a la primavera de 1541 y es en la ladera de una colina.

En ambas columnas laterales superiores aparecen las representaciones del Pelícano y su pecho desgarrado.

El indio es bondadoso, acarrea agua de un pozo nada cercano a Xiloxoxtla, lo que hoy es Tlaxcala, lugar que es azotado por una peste, cosa común luego de la llegada de los españoles que trajeron virus que diezmaron de manera alarmante la población local. Los enfermos eran muchos y las necesidades de agua y alimentos eran satisfechas por los pocos que evitaron el contagio. En la aparición milagrosa la Virgen le indica un manantial con agua que sanará a quién la tome, Juan Diego la lleva ofreciendo un alivio instantáneo, la noticia se corrió con rapidez y el siguiente mensaje de la Zoapilzin (Señora Mujer) se dio: "Quiero una capilla, en San Lorenzo".

Al igual a lo sucedido en el Tepeyac, los Franciscanos piden una señal y ésta se da, no con rosas, sino con fuego pues una noche en el bosque de ocotes, encuentran uno en llamas que nunca es consumido y de donde surge la escultura de María Inmaculada, se inicia la devoción a Nuestra Señora de Ocotlán.

Óleo que representa el hallazgo de la Virgen de Ocotlán, pintado en 1781, fue exhibido en Monterrey durante el Foro Universal de Culturas en 2007, de allí viene esta fotografía.

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